Lolo
Mentiras es un mentiroso compulsivo, pero no miente para obtener un
beneficio propio ni para hacer daño a nadie. Siempre va diciendo
mentiras para hacer la vida más feliz y divertida a los demás. Es un
tipo alegre que cuenta pequeñas historias que acaban en sonrisas cuando
se conoce la verdad. Ya nadie sabe si lo que sale de su boca es cierto o
no. Sin embargo, el sábado pasado pude leer en su rostro que no mentía
cuando vino a mi cafetería y me contó una historia imposible de creer
para cualquiera. Me dijo, apesadumbrado, que había hecho un viaje al
futuro donde no estaba el que él creía que era el amor de su vida, una
cantautora de aspecto frágil que le había robado el corazón y que, en
ese futuro solitario y descorazonado, yo había tenido algo que ver. Y se
dispuso a contármelo.
-¿Un viaje al futuro? Espera
- me apresuré a interrumpirle confesándole, con el corazón palpitando,
que no estaba seguro de saber si quería conocer mis mañanas.
-Relájate y escucha lo que te tengo que contar -
Sus ojos brillaron humedecidos por el recuerdo de un futuro inesperado,
descubierto en un supuesto viaje de amor convertido finalmente en
desconcierto. Perdiendo la mirada en los minúsculos icebergs que
flotaban en su whisky, aspiró una calada interminable a lo que quedaba
de cigarro en sus labios, expulsó suavemente el humo y comenzó a hablar -
Ahora puedo mirarte a los ojos con serenidad, pero el domingo,
cuando lo descubrí todo, deseaba matarte, “killing you softly”,
disfrutando de tu sufrimiento…- Debió percibir la expresión
abigarrada de miedo, sorpresa y curiosidad en mi cara porque, de
repente, realizó una pausa en su relato para preguntarme
- ¿En qué piensas, amigo?
- Que has perdido el Norte, Lolo - le respondí algo asustado -A veces hay que perder el Norte para ganar el Sur - me espetó él con media sonrisa y un solemne tono litúrgico.
Tras un breve silencio, carraspeó, se remangó la camisa y continuó con la narración interrumpida.
-
El domingo, cuando me despedí de mi pequeña Joan Báez particular,
comprendí que era ella. Nunca antes un adiós me supo tan amargo, ni
ninguna distancia me produjo el desasosiego que sentía al mirar desde la
ventanilla del avión el inmenso edificio de la terminal de vuelos, en
el que estaría ella, guitarra al hombro, dispuesta a coger un cercanías
que la llevara al club en el que tocaba aquella noche. Era ella, por
eso, hice el viaje para vernos juntos en el futuro y el resultado fue
desolador. Mi yo en el futuro me reconoció y me dijo guiñándome un ojo
“Te recomendaría que la olvidaras, pero sé que no podrás hacerlo. Este
de aquí – añadió golpeándose el pectoral izquierdo con las yemas de los
dedos – sigue sufriendo”.
Lolo me miró a los ojos para decirme – Como
comprenderás, no es natural desenamorarte cuando no existe ni el más
mínimo desgaste, cuando todavía no has besado cada centímetro cuadrado
de la piel de tu amada. Y mírame… Enamorado y desenamorado al mismo
tiempo.
- Bueno, son cosas que pasan, ¿qué ocurrió o… Qué ocurrirá? – pregunté con curiosidad sin saber conjugar el verbo.
-
Que un fin de semana que vino a verme la invitaste a poner música a los
versos de poetas locales que recitan en tu local, y luego la invitaste a
una copa, y luego tú fuiste tan tú, acariciando sus oídos con tus
poemas que tanto envidio, que yo sobraba en su imaginación cuando nos
fuimos a la cama. Y pocos fines de semana después, eras tú el que
buscaba vuelos low cost a Madrid.
Me
dejó completamente desconcertado. La historia de Lolo podía ser una
locura, un cuento abstracto, una broma… Cualquier cosa menos verdad.
Pero su expresión y su abatimiento inusual no dejaba lugar a la
incertidumbre. - No sé qué decirte, Lolo.
Era
cierto, no sabía que decir. No podía negar una evidencia (al menos lo
era para él) y tampoco podía confesar entre lágrimas un acto no
cometido. Me levanté y fui a la barra para coger la botella de whisky
con el único propósito de ganar algo de tiempo para pensar, dilatar los
segundos hasta encontrar las palabras adecuadas de consuelo o de
arrepentimiento o… No tardé en acertar con la solución al incómodo
momento y al desconsuelo de Lolo.
-
¿Sabes qué te digo?, que has hecho bien en contármelo. No la invitaré a
tocar aquí, es más, no quiero ni volver a verla. Aquella tarde que la
conociste vino a cantar por recomendación de un amigo común… Pero vamos,
que en lo que a mí respecta, no tienes por qué preocuparte.
Lolo dibujó un corazón en una servilleta, que luego partió por la mitad. Me miró y me dijo
– No pretendas cambiar el futuro. Mírame, estoy hablando contigo como
siempre porque yo no quiero cambiar el pasado. Podría pegarte, descolgar
todos esos cuadros de las paredes que pinté para ti cuando tu café
cultural ni emanaba cultura ni tenía buen café, pero ¿para qué? Podría
intentar evitar cualquier encuentro fortuito entre vosotros y ¿qué
sentido tendría evitar tu felicidad para apostar a la mía?
- No sé por qué te llaman Lolo Mentiras…
Nos miramos en silencio.
Aquel
café se había convertido de repente en un universo con agujeros de
gusano en el que las infidelidades brotaban del futuro para
distanciarnos, pese a lo cercano de nuestra conducta. Sin conocer apenas
a aquella cantautora menuda y de pelo negro con voz desgarrada, empecé a
mirar a Lolo preguntándome si él sería capaz de volver el próximo fin
de semana a Madrid para reír con la mujer que algún día yo amaría,
abrazar su cuerpo desnudo e imaginar juntos mil historias, aprovechando
cada momento pese a conocer su final infeliz. ¿Puede alguien vengarse
por actos aún no cometidos?
Aquella
noche estaba superando mi capacidad de razonar, las circunstancias me
hacían incapaz de componer un discurso vertebrado y lógico sobre lo que
escuchaba y lo que yo mismo respondía.
- Es difícil, ¿verdad? – me pregunto tras un breve silencio.
- ¿Qué?
- Pensar que vas a hacer.
¿Qué
hacer? Era una buena pregunta, ¿debía esperar mi turno con la chica o
provocar un encuentro fortuito? ¿Debía llamarla y organizar aquella
velada de música contada y relatos cantados que tantas ganas tenía de
hacer? Mientras me hacía mil preguntas, Juan se levantó con las manos en
los bolsillos, se acercó a uno de sus óleos y me preguntó,
- ¿Recuerdas cómo se llama este cuadro?
- Claro, le pusiste como título un verso de Neruda: Es tan corto el amor y tan largo el olvido. - Me miró y sonrió.
-
¡Quién lo iba a decir!, ese hombre que pinté de espaldas en primer
plano era yo, y la silueta desdibujada a la que estoy mirando, una mujer
que pensaba que no existiría, llevando mi corazón la mano…
Sin darse la vuelta dijo un frío “hasta mañana” levantando la mano en gesto de despedida y cerró la puerta tras de sí.
No
he vuelto a saber nunca más de él. Tampoco de ella. Pero todavía espero
que vuelva Lolo Mentiras acompañado de la pequeña cantautora para
invitarla a unas copas y poder continuar nuestras vidas.
Nota:
El primer párrafo de esta historia es una adaptación de la propuesta
creada por Luis García Montero para el III Concurso Literario “Historias
del Café” El Café de Levante de Cádiz, que cada autor debía continuar.
El relato presentado al concurso es el que se desarrolla a partir del
segundo párrafo, con ligeras modificaciones.